martes, 2 de agosto de 2011

C(K)arl Schmitt

Un periodista del estáblishment, comentando el exabrupto del llamado Fito Páez a propósito del triunfo electoral del Pro en la ciudad de Buenos Aires, escribió en el diario fundado por Roberto Noble:Nadie puede saber si Páez se inspiró, para disparar la diatriba, en Carl Schmitt. En el jurista prusiano predilecto de las usinas de pensamiento K. El hombre que elaboró la teoría acerca de que toda acción y decisión política debe tener como referencia previa la delimitación del campo entre amigo-enemigo. La lógica que, desde que llegaron al poder, ensayaron Néstor y Cristina Kirchner.- Tampoco es posible saber si Aníbal Fernández se nutre de Schmitt”. Otros notorios gorilas clásicos, como el profundo filósofo Juan José Sebrelli, el comentarista internacional Claudio Fantini y algunos otros no tan notorios que se escudan tras las cadenas de correos electrónicos, pugnan por instalar la misma especie. Estos últimos, profundizando sutilmente el metamensaje, escriben “Karl” el nombre de pila.
Lo curioso es que Schmitt [1] suele ser vinculado, con toda injusticia, con el nazismo, debido a que se afilió prontamente al partido, fue designado por éste en cargos honorarios (Preußischer Staatsrat y Vereinigung nationalsozialistischer Juristen) y continuó en la docencia universitaria durante toda la segunda gran Guerra.
 En verdad, ya en 1936 la SS comenzó la persecución contra Schmitt, la que fue profundizándose a partir de entonces. Al parecer, fue Göring quien intervino para evitar que pasara a mayores. Terminada la guerra, fue arrestado por los americanos y encerrado bastante tiempo (más de un año) en un campo de internamiento, amén de ser privado de su biblioteca (la que terminaría siéndole devuelta en 1951). Despojado de sus cátedras, vendida –por necesidad– su reivindicada biblioteca a un anticuario de Fráncfurt, se radicó en su villa natal –Pléttenberg, Wesfalia [2]–, donde vivió precariamente hasta su muerte, a los 96 (7/4/1985), con el acíbar adicional de haber perdido dos años antes a su única y adorada hija Ánima.
No dejaba de tener razón la SS: por su catolicismo, su romanismo, su estrecha relación amistosa con Ernst Jünger y su contundente defensa del ordo constitucional de Weimar, difícilmente constituyera CS el prototipo del nazi. Hoy nadie duda en incardinarlo en el nacional conservatismo alemán, cuyo estudio sistemático dista mucho aún de haber concluido. Él mismo sintetiza de este elegante modo su experiencia:El peligro despierta fuerzas nuevas en los que no se le rinden. Espíritu e inteligencia se oponen al ruido del aparato público por medio de múltiples formas de cortesía, formalidad e ironía y, al fin, mediante el silencio. Por esto no se puede juzgar simplemente desde una oposición exterior las obras que se realizaron bajo estas circunstancias[3].
Y añadiría, en bello verso:Conozco los muchos estilos del terror./ El de arriba, el de abajo,/ El legal y el sin ley./ El pardo, el rojo, el terror variopinto./ Y, el peor, en que nadie se atrevería a hablar[4].
El caso es que Schmitt fue (en palabras de uno de los más grandes de los  –pocos– filósofos argentinos) el “más eminente de los juristas... del mundo contemporáneo[5]. Estudió las relaciones entre la democracia y el parlamentarismo y la constitución alemana de 1919, el estado de excepción, el nuevo orden mundial y la aparición del fenómeno de los grandes espacios, las nuevas formas de la guerra, el nuevo derecho internacional, la esencia de la política. Por esto no extraña que gentes tan lejanas de la derecha como Walter Benjamin, Alexandre Kojève, Giorgio Agamben, Jacques Derrida, Julien Freund y Enrique Tierno Galván, abrevaran de su obra y hasta lo frecuentaran –algunos– sin complejos.
En la concepción schmittiana de la política, varios puntos se destacan: su carácter autonómico respecto del derecho y de la moral (aportación maquiaveliana), su tributo a la teología, el realismo, la soberanía como última decisión y quién la adopta, la relevancia del estado de excepción, el deslinde entre lo público y lo privado y la distinción entre amigo y enemigo. Sobre esta última dijo Julien Freund, polemizando con su frustrado director de tesis, Jean Hyppolite [6]: Señor, Ud. ha dicho […] que había cometido un error respecto de Kelsen. Considero  que está en camino de cometer otro: supone Ud. que es quien designa al enemigo, como todos los pacifistas. ‘Desde el momento en que no queremos  enemigos, no los tendremos’, razona. ¡Pero es el enemigo quien lo designa como tal ! Y si él quiere  que Ud. sea su enemigo, Ud. lo será, más allá de las más hermosas protestas de amistad que le hiciere. Desde el momento en que él quiera que Ud. sea  su enemigo, lo será. Y hasta le impedirá cultivar su jardín...[7].
Esto es tan elemental, que parece estólido controvertirlo siquiera. ¿Tiene algo que ver con la confrontación interna constante, con la creación artificiosa de fantoches “enemigos”, que caracteriza a la táctica kirchnerista de acumulación de poder interno [8]? Solamente quien  lo ignore  todo o despliegue una azoradora mala fe, podrá sostenerlo. Es evidente que el rascatripas aludido nada sabe sobre Schmitt, como seguramente tampoco el “comentarista” de ocasión lo habrá leído ni por las tapas. El que sí conoce lo suficiente –Mariano Grondona– ha optado por guardar un prudente cuan plausible silencio.
Dicho sea en descargo, no es fácil leer a Schmitt. A un rigor científico expresivo poco usual en nuestra lengua, añade un modo discursivo particular y un hermetismo fontal muy difícil de asumir y superar. El mismo Jünger, en una carta de diciembre 1954 a propósito del famoso Diálogo sobre el poder y el acceso al poderoso, le elogiaba el “progreso en cuanto al estilo”, ¡para censurarle a continuación una impropiedad expresiva!...[9] Por entonces, lo sustancial de la obra de Schmitt ya había sido publicado, particularmente lo que refiere al deslinde entre el amigo y el enemigo.
 Parecería que el orden K tiene como absolutos antivalores al nazismo y al fascismo. “Nazi” y “facho” son los descalificadores absolutos, el non plus ultra de la ética política del gorilismo KK. Sin embargo, soporta impertérrito la maniobra pseudológica psicopolítica de vincularlo con un escritor “maldito” tachado de nazi. ¿Por qué?
En verdad, por soberbia ignaridad: quien cita con frecuencia a CS es Chantal Mouffe, socióloga belga que se cuenta entre las muchas gentes de izquierda que hallan a pesar de todo interesante el estudio del jurista del Sauerland. Esta señora discurre plácidamente la tercera etapa de su vida en la segura y pluralista Londres en compañía del sociólogo argentino Ernesto Laclau, mentor  doctrinal de Él. Como esta buena gente conoce el valor de la jerarquía, de la discreción y del disciplinado encolumnamiento detrás del –o de la– que manda; asunto concluido: ¡el “nazi” ha pasado a ser “propia tropa”!
Y a los gorilas de enfrente, ¡que les den morcilla!






[1]  Cuyo 123 aniversario se habría cumplido el 11 de julio ppdo.
[2]  Que nada tiene que ver con Prusia, ni siquiera por proximidad geográfica, como ignora el periodista aludido. Lo que pasa es que es un productivo reflejo condicionado vincular “prusiano” con militarista, autoritario, represor etc.
[3]  Contestación a un exiliado, invierno de 1945-6.
[4]  Cántico de un viejo alemán, 11/7/1948, traducido por Eugenio d’ Ors.
[5]  Nimio de Anquín: Mito y Política, II-2 in fine.
[6]  En definitiva, sería Robert Aron tal director.
[7]  Pierre-André Taguieff : postfacio a L’ Essence du Politique ; París, Dalloz, 2004.
[8]  El planteo de Schmitt se refiere al Estado frente a otros Estados, no a la politiquería interior.
[9]  En Diálogo sobre el poder y el acceso al poderoso; Bs. As., FCE, 2010; trad. Silvia Villegas; p. 62.